SEDA Y CELULOIDE
MODA #41SEDA Y CELULOIDE
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El cine y la moda siempre han tenido una relación muy especial. Desde los primeros tiempos del cine mudo a la actual era tecnológica la capacidad de ambos medios para contar historias y conectar en profundidad con los anhelos de la sociedad que los genera ha hecho que, cuando esta simbiosis funciona bien, se generen verdaderas joyas estéticas. Aquí repasaremos algunas que deberían estar siempre en nuestra memoria.

CARROS DE FUEGO de Hugh Hudson, 1981.
No es casualidad que la imagen clásica que se tiene de la riqueza y la alta sociedad, tanto del Viejo Continente como del Nuevo, se ligue casi siempre a una época en particular. Los años veinte, the Roaring Twenties, fueron tiempos intensos de optimismo y tensión a partes iguales, rodeados de un aura de elegancia y prosperidad que ha llegado hasta nuestro imaginario actual. Esta esencia la supo captar muy bien Milena Canonero, encargada de vestuario en Carros de Fuego, que llenó la pantalla de la más maravillosa muestra de estilo preppy que se pueda imaginar. Partiendo de blancos, crudos y los azules y rojos más british, supo construir una miríada de trajes perfectamente ajustados, atuendos de competición (nada que ver con los de ahora) e incluso uniformes de boy-scout. No es de extrañar que este magnífico trabajo, con el que logró construir una imagen francamente genial del establishment británico más clásico, le valiese a la creativa un BAFTA y un Óscar en un mismo año.
DRÁCULA DE BRAM STOKER de Francis Ford Coppola, 1992.
El gran Francis Ford Coppola ya era consciente del lío en el que se estaba metiendo cuando comenzó a trabajar en su versión personal de Drácula. Su objetivo, como explicaría poco después, siempre fue generar una propuesta interesante, que huyese de todo lo anterior, asemejándose lo más posible a la historia original de Stoker. Desde el inicio, parecía claro que el diseño de vestuario podía ser una de sus mejores armas. Eiko Ishioka, una de las grandes del oficio, tomaría las riendas y produciría uno de los vestuarios más espectaculares de todos los tiempos. Su trabajo merecería un artículo completo, pero, aparte de alabar la capacidad sartorial de la diseñadora, es obligatorio mencionar tres prendas en particular. A saber: la armadura de Drácula, una verdadera joya visual que no necesita más explicación, la capa Art-Déco del mismo personaje, que trabaja las referencias a Klimt para convertirlas en algo más siniestro (tampoco hay que dejar de ver la versión en rojo del inicio), y el vestido de novia de la pobre Lucy, que aún hoy consigue ponerme los pelos de punta.


MEMORIAS DE UNA GEISHA de Rob Marshall, 2005.
Aunque la profunda belleza de este drama maravilloso de Arthur Golden bien podría haber desmerecido cualquier intento por llevarlo a la gran pantalla, el equipo de Rob Marshall supo rodear un guión casi perfecto de una producción que complementaba en cuerpo y alma la historia de Chiyo. A unos escenarios cuidados al detalle se sumó un trabajo exquisito de investigación y saber hacer por parte de la oscarizada Colleen Atwood a la hora de confeccionar los kimonos que tanta importancia tienen en el filme, y que ofrecen toda su versatilidad y esplendor ante los ojos de los espectadores. Entre los trajes masculinos del Japón de los años 30 y 40 y los uniformes americanos, la elegancia de las mujeres destaca sin condiciones. Entre todas las imágenes que nos deja esta joya cinematográfica, la del espectacular abrigo de piel y brocado de Hatsumomo merece un lugar especial en nuestra memoria, a la altura de los mejores trabajos de Galliano o McQueen.
ANNA KARENINA de Joe Wright, 2013.
Es interesante observar la reacción que esta versión de uno de los dramas clásicos rusos más universales provoca en los espectadores que la disfrutan por primera vez. Resulta difícil, en un inicio, captar lo que la hace tan interesante, si los ritmos de cámara, el diseño del set (gran parte de la acción se lleva a cabo en interiores teatrales), la actitud de los personajes o el magnífico vestuario firmado por Jacqueline Durran. La respuesta, después de la última escena, está clara. Lo que hace esta película especial es absolutamente todo, y el trabajo de Durran, entre fantasía historicista, desfile de alta costura y ópera rock, es definitivamente uno de sus puntos fuertes. El objetivo, claro, no era crear un drama de época, sino generar una experiencia visual a la altura de la obra de Tólstoi que atrapase y emocionase. El espectador se siente transportado, se zambulle en la acción, y es capaz de reconocer las infinitas referencias que se ofrecen a sus ojos y que permanecen tras el último fotograma. Como aquel collar de diamantes de Anna, que todavía se aparece en sueños de vez en cuando.


LA FAVORITA de Yorgos Lanthimos, 2018.
Quien acude a ver una película de Yorgos Lanthimos sabe a lo que atenerse. Nada en su trabajo es corriente, ni tampoco aleatorio. Gusta de sumergirnos en su universo y su lógica distorsionada mientras apela a lo más profundo de nuestro interior. Por eso, conociéndolo, sorprenden los ataques que recibió en su momento Sandy Powell por utilizar en sus diseños textiles que no correspondían a la supuesta época del filme. Y es que la creativa decidió (muy acertadamente), además de recurrir a una miríada de tipos de sedas y algodones dignos de cualquier reina, incorporar denim para conseguir algún que otro efecto. El conjunto del vestuario, si bien pueda no corresponder al cien por cien con los documentos de la época, sí sintoniza perfectamente con el zeitgeist que le corresponde y con esa “locura institucional” que parece imperar en esta interpretación del palacio de la reina Ana de Inglaterra a principios del siglo XVIII. Es esta perfecta correlación lo que hace la película tan especial, y esa imagen de Rachel Weisz vestida con un precioso rédingaut aún más memorable.
Sergio G. del Amo

