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SEATTLE

OCIO #41

De pequeña tenía las paredes de mi cuarto forradas con posters de Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains… Siempre he sido una apasionada del rock que se hacía en Estados Unidos, y durante los años de acné juvenil y braquets, una obsesa de la música grunge.

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Recuerdo como si fuera ayer el día que compré mi primer CD de música: el ‘Superunknown’ de Soundgarden. Un clásico de los noventa si eres amante del género. Algo que echo de menos en esta era digital es el ritual que acompañaba el momento de estreno de un CD: quitar el envoltorio, sacarlo apretando con el dedo índice la parte central del plástico, colocarlo en la bandeja de la cadena, pulsar al play y escuchar esos primeros segundos de tu última adquisición. La parte física de todo esto es lo que más echo de menos.

La inmediatez en todo lo que hacemos hoy en día, se ha apoderado de esos momentos casi románticos que rodeaban a la escucha de un álbum completo, aunque debo ser justa al decir que gracias a la vuelta del vinilo esto es algo que poco a poco está volviendo a recuperarse.

Mi sueño siempre había sido poder conocer la ciudad donde se engendraron esa cantidad de bandas que me acompañaron en toda mi adolescencia y juventud. Alineándose los astros como suele pasar pocas veces en la vida, hace no mucho tiempo pude cumplir ese sueño. Tenía una amiga viviendo en Seattle en aquel momento, y me organicé un viaje que me llevaría a pasar por varias ciudades estadounidenses, entre ellas la meca del grunge: Seattle.

Hice parada en Nueva York y aproveché para visitar a un amigo que vive allí. Dos días después cogí un avión que me llevaría hasta el estado de Washington. Seis horas de vuelo más tarde, aterrizaba en la costa oeste.
El paisaje que se podía ver desde el tren de camino a la ciudad, me recordaba que seguíamos en otoño. Aquel es un lugar de muchísima vegetación, árboles de hoja caduca con tonos marrones y amarillos que brillan con la humedad constante de ese estado.

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Seattle está literalmente rodeada de agua, y situada entre montañas y valles. El centro de la ciudad se encuentra casi encima del mar, y el resto de la urbe ha ido creciendo en barrios bordeando su costa irregular. Toda la ciudad está repleta de puentes (muchos levadizos) conectando los barrios.

Como en muchas ciudades de Estados Unidos, la gente por norma general se mueve en coche propio. En Seattle, dependiendo la zona por la que te muevas, los buses van cargados de jóvenes trabajadores de empresas como Amazon o Microsoft que tienen su sede principal en ésta, la capital. Estas multinacionales cuentan con varios edificios repartidos por toda la ciudad, Tanto es así que la mayor parte de los habitantes de Seattle, trabajan para cualquiera de estos dos imperios.
Por las mañanas como mi amiga trabajaba en Amazon, me iba a patear la ciudad con mi mapa en mano, y calzado cómodo. Intentaba engancharme al wifi de los comercios para poder ver el horario del transporte, y aprovechar al máximo el día.

El barrio en el que estaba alojada era un barrio residencial, bastante moderno, casas con sus front- y backyards, y con un centro urbano en la avenida principal donde se repartían a ambos lados de la calle numerosas tiendas de discos en las que poder perderte, cafeterías llenas de gente con sus portátiles trabajando a la vez que también comían, atendiendo llamadas a través de sus auriculares. Los domingos la calle principal se convierte en una especie de rastro donde los pequeños comercios ponían su puesto con todo tipo de cosas: vinilos, ropa, comida,… Y la música siempre presente. Te podías encontrar hasta chavales que te improvisaban poemas escribiendo en su máquina de escribir, cobrando solamente la voluntad. Se llenaba el lugar de familias, gente joven, abuelos dando sus paseos matinales…

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Tenía ganas de conocer el centro. Patear esas calles en pendiente, visitar el emblemático Space Needle, y no perderme el museo homenaje a la música y cultura Pop. Y por aquí empecé: cogí un tren que me llevaría hasta la puerta del MoPoP (Museum of Pop Culture). Ya solamente su fachada llama la atención. Una estructura de metal brillante de colores fucsias y azules, que se puede ver desde distintos lugares de la ciudad. Al entrar ya te das cuenta del cariño y de la intención con la que se ha hecho ese museo. Sonaba Alice in Chains, Sonic Youth, Soundgarden… Yo estaba en mi propio país de las maravillas. Nada más entrar me topé con una columna gigante formada por guitarras, y teclados, que llegan hasta el techo del museo. Además de las salas temáticas sobre la historia de la música pop, rock y grunge principalmente, había otras salas en las que se podían ver réplicas de escenarios y mucho vestuario de clásicos del cine.

También había zona recreativa dedicada a los videojuegos. Juegos a los que todos hemos jugado en algún momento de nuestra vida. Mario Bros., videojuegos de comecocos, salas interactivas donde los niños se tiraban horas.

Había otra sala donde se mostraban guitarras de algunos de los artistas estadounidenses que habían destacado en el mundo musical, y efectivamente, allí me encontré con la guitarra de mi ídolo adolescente Kurt Cobain. Fue uno de los momentos más especiales de mi viaje a Seattle. Nunca he sido una fanática, pero confieso una verdadera debilidad por esa banda que de alguna manera marcó mi adolescencia.
En la tienda de souvenirs había un corner dedicado al mítico sello SubPop. Allí hice acopio de varios libros, llaveros, y postales que me harían recordar siempre mi paso por aquella maravillosa ciudad.
No muy lejos de allí se sitúa el emblemático Space Needle, una torre que parece vigila toda la ciudad. Aprovechando que estaba siendo un día soleado, llegué allí cuando estaba comenzando a atardecer. Evidentemente no fui la única que pensó que sería una buena idea
subir en uno de los pocos días del otoño, y me encontré el mirador abarrotado de turistas con sus palos selfie, y parejas posando románticos con la caída del sol en Seattle.

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Esa misma noche había quedado con mi amiga en la puerta del estadio deportivo Key Arena Teníamos entradas para ir a ver a Arcade Fire en concierto. Estaba emocionadísima. Ellos como siempre espectaculares en directo, y el hecho de estar viéndolos allí añadía un extra muy especial a la experiencia.

En mi último día allí, fui a visitar el centro de la ciudad. Al lado del puerto se sitúa el Public Market, un mercado muy popular de toda la vida, y en el que se puede conseguir todo tipo de género: pescado y marisco frescos, carne, verdura… Algunos de las tiendas son bastante famosas porque sus dependientes cantan degañitándose los precios que tienen para ese día. Como turista nos encanta todo lo que resulta ostentoso y original, ese efectivamente era el puesto con más gente y que seguro más vendió en toda la mañana… Justo en la acera de enfrente, está situado el primer Starbucks que fue construido en 1913. No se parece en nada al resto de franquicias, en él no se ve el famoso logo por ningún lado. Aún así, puede que fuera el local más fotografiado de toda la zona del puerto.

No tuve tiempo para disfrutar de la naturaleza que hay en los alrededores de Seattle. Se trata de uno de los estados con la naturaleza más imponente, y riquísimo en actividades al aire libre por su cantidad de montañas, y parques naturales. Resulta una buena excusa para volver a visitar ese estado. La próxima vez incluiré una furgoneta en el plan de viaje.

 

Texto y Fotografía: Silvia Castillo

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