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EXTREMOS: UN BREVE RECORRIDO POR LA EXTRAVAGANCIA

MODA #35

EXTREMOS: UN BREVE RECORRIDO POR LA EXTRAVAGANCIA

Cuanto más estudia uno la historia de la moda, más se da cuenta de lo sorprendente que esta puede resultar, tanto por lo inesperado como por lo excesivo. Con el signo de los tiempos, los estilos cambian. Las mangas y las faldas se alargan y acortan sin parar, los volúmenes se exageran para después desaparecer… y, de vez en cuando, la historia parece realmente querer tomarnos el pelo.

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Desde que surge la moda, en el siglo XIV, esta no ha hecho más que complicarse. Pensar en su desarrollo como una línea temporal clara de estilos es un error. Como en todo fenómeno social, político, artístico e ideológico, las idas y venidas, los cambios bruscos de orientación y las revoluciones son inevitables, por lo que la historia de la moda se asemeja más a un embrollo de líneas ascendentes, descendentes y curvas tipo scalextric que a una ancha avenida. En todo este complejo sistema, sin embargo, es posible atisbar ciertas reglas que, aparentemente, parecen cumplirse siempre, y que guardan íntima relación con el contexto social y político de cada momento histórico. Una de las más importantes y quizá la más evidente es, sin duda, la que nos indica cómo una moda tiende a exagerarse hasta el límite justo antes de desaparecer. Ha ocurrido siempre y está ocurriendo ahora, ¿o alguien piensa que podremos aguantar tanto feísmo y maximalismo por mucho más tiempo?

Un primer ejemplo de esto lo encontramos cuando la moda estaba aún en su adolescencia. En el período Gótico Tardío se encontraba en su máximo auge el pigache (también llamado poulaine o cracovianas), un calzado eminentemente masculino acabado en una pronunciada punta. Aunque inicialmente esta punta era más bien comedida, como no podía ser de otra forma esta comenzó a exagerarse de tal manera que se hacía imposible caminar con ella, hasta el punto de tener que doblarla hacia arriba y sujetarla al calzado con una cuerdecita. Muchas veces se le añadía un cascabel, que sonaba cuando el hombre caminaba. Todo esto es comprensible si consideramos que el pigache poseía implicaciones eróticas claras, y que el sonido del cascabel remitía a la excitación sexual, como siglos más adelante lo haría el fru-frú de las sedas en las colas de los vestidos de la Belle Époque. Y es que la moda nace por y para la seducción, y en este juego, como ya sabemos no hay reglas.

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En el campo del calzado más tarde encontramos los chapines, los primeros zapatos con plataforma, a veces tan alta que casi imposibilitaba el andar, y las botas de finales del XIX, creadas para salvaguardar el sensual tobillo. Sin embargo, los “extremos” más vistosos en la moda los encontramos en personajes de carne y hueso, con nombre propio. Personalmente, uno de mis preferidos es el maravilloso macaroni. Este personaje es todo exageración, hasta resultar una verdadera caricatura tanto de sí mismo como de las modas que reinaban en la época. Estos hombres de mediados del siglo XVIII vivían obsesionados con la moda. Vestían ropas lujosas de colores y estampados extravagantes, y lucían elaboradas pelucas empolvadas, además de utilizar todos los accesorios que podían tener a mano, desde guantes hasta anteojos, pasando por pañuelos bordados, bastones, guantes y, como no, zapatos de tacón. Su estilo no se limitaba al vestir, sino que actuaban de manera afectada y vivían una existencia entregada a los placeres de las apuestas, la bebida, el sexo y la vida en sociedad. Podemos reconocer en ellos un indicativo de la decadencia del Antiguo Régimen (1789 no está lejos) y, quizá, unos antecesores lejanos de los futuros dandis.

Algo menos de medio siglo después, el ambiente postrevolucionario de la época del Directorio francés vería nacer a los Incroyables y su contrapartida femenina, las Merveilleuses. Tras la ejecución de Robespierre, los jóvenes aristócratas parisinos, para protestar contra el nuevo sistema, comienzan a vestir de manera exagerada. Ellos, con chaquetas con grandes solapas, pantalones largos con lazada, pañuelos enormes, gruesas gafas y sombreros coronados por “orejas de perro”, con el cabello cayendo sobre las orejas. Portaban bicornios de grandes dimensiones y llevaban porras, a las que denominaban su “poder ejecutivo”. Llevaban el pelo a la altura del hombro, imitando los peinados de los condenados. Había quienes exhibían aretes en las orejas y monóculo, e incluso simulaban ceceo y afectación al hablar y andaban encorvados. Por su parte, las “maravillosas” comenzaron a imitar el vestir grecorromano, con finos vestidos de gasa casi transparente y pelucas rubias (tono prohibido por ley), negras, azules o verdes con bucles. Portaban un pequeño bolsito llamado retículo y se engarzaban manos y pies de joyería. Hombres y mujeres de esta “subcultura”, juntos, debían ser desde luego una estampa digna de observar.

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Décadas más tarde, aparecieron otros movimientos icónicos. Allí tenemos a los dandis y su refinamiento y hedonismo más elevado, o a las flappers con su liberación femenina sin precedentes. Y podríamos continuar, pues los tiempos actuales son una mina, con movimientos sociales que abanderan una estética personal surgiendo en cada país. Y es que la moda solo se enriquece, y no hay manera de saber por qué caminos extraños nos llevará.

 

Sergio G. del Amo

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