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Celuloide Español Veintiuno

ARTE #19

Celuloide Español Veintiuno

Cuando el cine es una de tus pasiones y traspasas la línea de ver lo meramente comercial, cuando investigas e intentas descubrir obras por ti mismo en base a lo que crees que se puede amoldar a ti, te recreas diciendo que has visto grandes creaciones de tal o cual país. Me incluyo en esa postura, y me parece algo positivo por el indudable enriquecimiento cultural. Pero es cierto que, quizás, en ese proceso, otras tantas veces dejamos de lado e infravaloramos obras locales que merecerían medirse por el mismo rasero. Sólo hay que abrirse paso entre la maleza para descubrir en España una industria del cine viva y llena de talento.

Mi vida sin mí, de Isabel Coixet, 2003. Hay diferentes maneras de realizar películas que giran en torno a una enfermedad. En ocasiones se utilizan esos recursos para aumentar gratuitamente el drama, pero no es el caso de ‘Mi vida sin mí’. Basándose en la novela de Nanci Kinkaid, Isabel Coixet nos plantea una situación de nula esperanza para la protagonista desde el primer momento, lo que la lleva a afrontar su vida y lo relacionado a su familia de una forma distinta a lo planeado. Es ante todo una película triste, pero con motivo, sin caer en banalidades y reflejando la continua curiosidad de las personas a pesar de los pesares.

Azul oscuro casi negro, de Daniel Sánchez Arévalo, 2006. Es curioso cómo la vida misma supone, en muchas ocasiones, la piedra que nos hace tropezar en el camino hacia nuestros sueños. Y también lo es cómo nos ahogamos en nuestras propias aspiraciones y prejuicios. Daniel Sánchez Arévalo retrató en su primer largometraje con gran acierto a una serie de personajes que, desde un punto de vista cercano e intimista, afrontan problemas familiares, sexuales o de principios, en busca de una felicidad que puede llegar por vías alternativas a las que alguna vez hubieran imaginado.

También la lluvia, de Icíar Bollaín, 2010. La unión entre el guión de Paul Laverty y la dirección de Icíar Bollaín nos entrega una película que, además de ser realmente bella en lo visual, con una puesta en escena digna de elogio, abarca sin despeinarse multitud de temas como el compromiso, tanto personal como social, la hipocresía, el engaño de las apariencias y, ante todo, que la humanidad es lo que es, interesada, cruel y tremendamente egoísta, negada a aprender de los tramos oscuros de nuestra historia. Una de esas películas que te hace replantear cuán avanzados somos como sociedad.

Magical Girl, de Carlos Vermut, 2014. Una de las películas más sorprendentes de los últimos años, y no me refiero sólo al cine español. La segunda película de Carlos Vermut es todo un atrevimiento narrativo, pausada pero llena de nervio en cada toma. Sus personajes, de apariencia inicialmente convencional, se ven sometidos por diferentes motivos a situaciones extremas que les hacen dar rienda suelta a todos sus tormentos hasta un enorme final. Guión y dirección se dan la mano para regalarnos una cruda historia con ciertas pinceladas que rozan lo onírico. Un cuento en el mundo actual, original y muy impactante.

La Isla mínima, de Alberto Rodríguez, 2014. Es difícil encontrarle algún punto negativo a ‘La isla mínima’. El trabajo de Alberto Rodríguez como director es impecable, pero hay que añadirle los altísimos niveles de producción, una capacidad abrumadora para transmitir en cada imagen, desde las localizaciones hasta esos espectaculares planos cenitales. Y cómo no, un muy buen guión representado por unas interpretaciones que deslumbran. Tanto Raúl Arévalo como Javier Gutiérrez se emplean a fondo, pero éste último sorprendió a todo el mundo con un cambio total de registro respecto a lo que nos tenía acostumbrados.

Loreak, de José María Goenaga y Jon Garaño, 2014. Loreak es una película llena de silencios, escenas que te hacen pensar y reflexionar. Entre esos silencios subyace una enorme sensibilidad y se transmite con dureza y credibilidad el dolor de la pérdida desde tres prismas radicalmente distintos. Perder a un ser querido o cercano puede venir acompañado de muchas sensaciones inesperadas. Activa dilemas internos que, posiblemente, ni siquiera sabíamos que estaban ahí. Pero no es sólo la pérdida, sino la naturaleza del ser humano y sus mecanismos de defensa los que nos transforman y reubican en el mundo.

Tarde para la ira, de Raúl Arévalo, 2016. Estamos acostumbrados a ver a Raúl Arévalo en muy distintos papeles delante de las cámaras. Pero fue una muy grata sorpresa saber que se embarcaba en su ópera prima como director y, además, de una forma tan convincente. ‘Tarde para la ira’ no es perfecta, detrás de sus escenas cargadas de tensión demuestra algún altibajo en el ritmo y el final resulta algo abrupto, pero es una muy buena obra y justa ganadora del Goya a mejor película del año. Y lo mejor, nos deja con muchas ganas de saber qué se esconde detrás del prometedor talento de un actor y director con un enorme futuro.

Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, 1999. Vale, sí, el artículo abarcaba películas del S. XXI, pero ‘Todo sobre mi madre’ está tan cerca que me he permitido incluirla. Es sólo una suposición, pero puede que el éxito mundial y unánime de crítica y público influenciara a actuales cineastas a embarcarse en la profesión. La película con la que Almodóvar se llevó el Oscar es una obra excepcional, con los ingredientes habituales del autor envolviendo una historia sentida, dolorosa y mundana, pero también esperanzadora y muy bella. Pocas películas han significado tanto como ‘Todo sobre mi madre’ para el cine español.

Ocho películas para una lista de este tipo es un número escaso. Me he visto forzado a elegir subjetivamente y dejar fuera obras que, en mis cálculos iniciales, iban a estar incluidas. Una señal clara de que, además de esa fuente casi inagotable de comedias manidas y dramones de baratillo se encuentran mentes y un público curioso, ávido de buen cine. No es fácil salir adelante con trabajos culturales sin un objetivo puramente comercial, pero aún así podemos decir que hemos vivido un inicio del Siglo XXI del que, culturalmente, podemos disfrutar y estar orgullosos.

 

Raúl Montes

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