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El baile íntimo entre la música y el cine

ARTE#14

El baile íntimo entre la música y el cine

El arte es universal. Hay quienes quieren darle cierto aire elitista, como si no todos tuviéramos la «calidad» necesaria para apreciarlo. Pero esto no es así, somos nosotros los que establecemos absurdos límites y barreras, fronteras imaginarias en un mapamundi donde la música y el cine, entre otros, conforman un panorama de naturaleza armónica. Julian Barnes, en su libro ‘Niveles de Vida’ (Anagrama), empieza con la siguiente frase: «Junta dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante». Música y cine son dos ramas del arte, imprescindibles para la subsistencia intelectual de cualquiera con un mínimo de curiosidad. Y cuando el cine invita a la música a bailar, la experiencia cambia en muchas y diversas vertientes.

24 Hour Party People de Michael Winterbottom, Reino Unido, 2002. La música no sería la que conocemos hoy si no fuera por los acontecimientos que se relatan en esta cinta. A finales de los 70, Tony Wilson, un reportero de Granada TV afincado en Manchester, se vuelca en la música tras un pequeño concierto de los Sex Pistols, lo que para él se convertiría en un acontecimiento histórico y daría lugar a la creación del sello Factory Records, que dio cobijo a bandas como Joy Division, New Order, Happy Mondays o Orchestral Manoeuvres in the Dark. No sólo es una muy buena película, también es un gran documento con una original realización, donde atravesando en muchas ocasiones la cuarta pared, nos cuentan los orígenes de la New Wave y la cultura Rave.

Control de Anton Corbijn, Reino Unido, 2007. Control se centra de lleno en Joy Division y más concretamente en Ian Curtis, vocalista y líder, y en cómo el chico algo raro del instituto vive demasiado rápido para caer en un ostracismo que le llevó a su prematuro final. El trabajo de Anton Corbijn, junto con la espectacular actuación de Sam Riley, nos envuelve y emociona con una película donde el blanco y negro da más tonos que cualquier paleta de color, y hace uso de sus habilidades como fotógrafo para regalarnos algunas escenas donde luces y sombras se muestran como una extensión del propio cantante.

Drive de Nicolas Winding Refn, Estados Unidos, 2011. Nicolas Winding Refn, después de la trilogía ‘Pusher’ y ‘Valhalla Rising’, entre otras, recogió el reconocimiento internacional con Drive, protagonizada por Ryan Gosling. Posteriormente y con un uso excesivo da su particular fórmula cayó estrepitosamente con ‘Sólo Dios Perdona’ y, por las críticas, parece que no ha remontado el vuelo con ‘The Neon Demon’. Pero al Rey lo que es del Rey, y Drive es una de las mejores películas de los últimos años, gracias a su gran puesta en escena, donde la ambientación ochentera es un elemento vivo durante todo el metraje.

En eso toma gran parte su espectacular banda sonora. Esos primeros minutos, con el plano cenital mientras suena ‘Nightcall’ de Kavinsky, nos trasladan directamente a dicha época. Casi puedes ver y tocar las luces de neón, los tonos azules, rosas y purpúreos, las sensaciones de una década que, por trascendencia cultural, esté tan mitificada en el buen sentido por toda una generación. Pero la combinación de imagen y sonido se sucede durante sus cien minutos con unas escenas de gran fuerza orquestadas por grandes temas electrónicos como ‘A Real Hero’ de College y ‘Electric Youth’ o ‘Under your spell’ de Desire.

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Boyhood de Richard Linklater, Estados Unidos, 2014. El director de la trilogía ‘Antes de amanecer/atardecer/anochecer’ llevó su uso del tiempo a un nuevo nivel con el rodaje de Boyhood durante doce años. Uno de los mayores experimentos cinematográficos de nuestra era, donde nos cuentan el viaje por la adolescencia de un chico de familia desestructurada. Pero no sería lo mismo sin su genial banda sonora, que recopila algunas de las mejores canciones de las fechas que abarca la película y que le dan carácter propio al resultado final, con grandes temas como ‘Hate to say I told you so’ de The Hives, ‘Let it Die’ de Foo Fighters, ‘Hero’ de Family of the Year o el cierre con ‘Deep Blue’ de Arcade Fire.

Trainspotting de Danny Boyle, Reino Unido, 1996. La adaptación de la novela de Irvine Welsh es espectacular. No estoy descubriendo nada nuevo. Es de estas películas que tengo que ver cada cierto tiempo, y cuanto más la veo, más la valoro. Uno de los motivos es tener grabados a fuego tres momentos, todos acompañados por una canción. El inicio, con ‘Lust for Life’ de Iggy Pop, el nudo y su sobredosis con ‘Perfect Day’ de Lou Reed y el gran desenlace con ‘Born Slippy’ de Underworld. Trainspotting es uno de los mejores ejemplos de cómo imagen y música pueden crear una poderosa simbiosis en el que, valga el tópico, el resultado es mayor que la suma de las partes.

La chaqueta metalica (Full Metal Jacket) de Stanley Kubrick, Reino Unido, 1987. Stanley Kubrick era un absoluto genio del cine y nos dejó algunas de las mejores películas de todos los tiempos. La música cobra tanta importancia en el desarrollo de sus trabajos que me ha costado elegir una de ellas, pero definitivamente La chaqueta metálica es apropiada. Con el prisma que da el paso del tiempo, no ha hecho más que crecer hasta convertirse en lo que es, una película de culto. Los temas que acompañan contrastan de forma tan drástica con el tono antibélico de la película que el resultado es simplemente genial. Recordar Full Metal Jacket y escuchar ‘Surfin Bird’ de The Trashmen es todo uno.

Whiplash de Damien Chazelle, Estados Unidos, 2014. Whiplash fue lo que en término anglosajón se suele definir como «sleeper». Producciones que de primeras no tienen gran difusión, pero que gracias al boca a boca y la calidad del producto acaban por llegar a círculos que en un inicio no tenían un público potencial. Y razones no le faltan, fue muy sonada la galería de premios que J.K. Simmons recibió por su magistral interpretación del cruel y severo profesor de jazz, donde ponía al límite de sus aptitudes a un prometedor baterista, mientras nos deslumbran con una banda sonora que alcanza su clímax en unos minutos finales tan tensos como ejemplares.

En la cuerda floja (Walk the line) de James Mangold, Estados Unidos, 2005. Basada en la propia autobiografía de Johnny Cash, en Walk the Line somos testigos de la carrera y altibajos del cantante, con la complicada historia de amor que vivió con June Carter como epicentro. Quizás algo densa en algunos momentos, la gran fuerza de esta película recae en las magníficas interpretaciones de Joaquin Phoenix y Reese Witherspoon, a lo que hay que añadir que ambos ponen voz, y muy bien, a todos los temas que aparecen durante la película, que no son pocos. Para rematar, la aparición de otros personajes como Jerry Lee Lewis o Elvis Presley terminan por redondear un trabajo musical encomiable.

 

Raúl Montes

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