ABDUCCIÓN
ARTE #38ABDUCCIÓN
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Seamos sinceros, el mundo se va a la mierda. El medio ambiente, la política, las redes sociales y apps de contactos… ¿en serio? Cada día quiero creer más en formas de vida y universos más allá de nuestro conocimiento. Quiero pensar que no somos el primer eslabón de la evolución y que los personajes del canal SY FI existen y nos salvarán a unos pocos privilegiados dejando morir a todo el elenco de telecinco y sus seguidores.

En un momento en el que el cambio es la constante y el bombadeo de memes, stickers, stories y lo siguiente que se inventen es continuo el espacio permanece ahí, impasible, como un mar en calma. Y es que a los nostálgicos que todavía nos gusta mirar al cielo de noche y disfrutar del silencio nos enamoran fácilmente con obras como las de la artista peruana Gianna Pollarolo.
Las obras de Pollarolo invitan a la reflexión y a la introspección. Los patrones geométricos de impronta galáctica se repiten de manera concéntrica en formas tridimensionales en una paleta de negro, azules vibrantes y gris. Las obras desprenden infinito en sus formas casi como si de una experiencia sinestésica se tratara. Una reflexión sobre el movimiento constante que no solo se da en el cosmos, sino en nosotros mismos y todo lo que nos rodea, una mutabilidad irreversible que amplía cada vez más los límites de la exploración científica y desmonta los principios morales en los que nos han adoctrinado sin ofrecernos unos nuevos.
Y en medio de esta tormenta de estímulos, sin nada sólido a lo que aferrarnos la mejor opción sería que apareciera un OVNI y nos abdujera. Como en Expediente X, que apareciera una luz cegadora y nos llevara lejos de aquí, cualquier distopía me vale ahora mismo. Y justo a estas escenas de abducción y a las naves espaciales me recuerdan las fotografías de Pablo Sola, un joven artista murciano afincado en Madrid aunque yo creo que viene del espacio como David Bowie.
La iluminación de las fotos de Pablo las hace reconocibles al primer instante y pese a que sus temas son diversos hay un hilo conductor que hace que sus fotos hablen por sí mismas. Sus imágenes son quirúrgicas, crudas tal vez por esa luz tan fría y dura y hay un componente alienígena demasiado verosímil para alguien que ha nacido en este planeta. Según cuenta, su proceso creativo es inverso al habitual ya que primero vislumbra una imagen en su mente y es entonces cuando comienza el proceso de investigación para llegar a ella.


Mientras esperamos la ansiada abducción y nos consolamos con Cuarto Milenio podemos recrearnos en esos objetos que parecen sacados de otro universo. Porque pese a mi actual estado misántropo reconozco que algunos seres humanos hacen cosas maravillosas, como es el caso del escultor checo Rudolf Burda y sus esferas de vidrio soplado que harían los horrores de los terraplanistas, que no se si los conocéis pero son una comunidad apasionante que daría para otro artículo completo.
Pero volviendo a la obra de Rudolf, es maravilloso cuando una técnica tradicional como la del vidrio soplado adquiere una dimensión tan futurista y experimental. La mayor inspiración según sus propias palabras es el universo, que le ayuda a cumplir el credo de su vida de ser como la energía del Big Bang, que no tiene principio ni fin. Sus piezas son minimalistas y de una pureza que las hace hipnóticas, como si del talismán cósmico de una película de ciencia ficción se tratara.
Mientras el apocalipsis o la abducción alienígena parecen las opciones más viables como desenlace, aún quedan artistas con reflexiones que hacen nuestra existencia menos superflua y nos devuelven un poco la creencia de que no todo el mundo es gilipollas. Extraterrestres! Salvadnos!
Raúl Cabanes

