Gijón
Casi me sale escarcha en la barba por las horas en que llego al Hotel Cimavilla Rooms de Gijón, acogedor y a buen precio. Sin embargo, cuando me subo al cerro de Santa Catalina a ver el amanecer, comprendo que va a hacer un tiempo estupendo, al contrario de lo que dicen de las tierras norteñas. ¡Cómo me recuerdan estas vistas a los campos de mi poblado! La obra Elogio del Horizonte, que veo de espaldas a la ciudad, parece abrazar al mar, y dar la bienvenida a los marinos.
Gijón es una ciudad mágica, sabe a mar, tiene un ambiente bullicioso y ofrece las vistas de un Cantábrico de aguas frías y escarpado litoral que da lugar a los mejores pescados y mariscos, cuya temporada está en pleno apogeo.


Me bajo paseando hacia el barrio de Cimavilla, el barrio alto de Gijón, lleno de historias y huellas imborrables de pescadores, artesanos… y mi caminata me lleva a la Iglesia Mayor de San Pedro, en la Plaza Mayor. Cerca de aquí también se encuentran las Termas Romanas. Tras observar la belleza de estilo gótico de la iglesia, me entretengo en el mercado ecológico y artesano de Gijón.
Ya estoy hambriento y desayuno roscón en Aliter Dulcia. Cuesta elegir entre sus dulces de producción ecológica, buenísimo. En mi poblado no leía mucho más que textos religiosos, y quisiera llevarme algún libro interesante por lo cual me dirijo a la Librería Paradiso. ¡Resulta que también tienen discos! y no puedo evitar llevarme uno. Me encuentro por el camino con Rawcoco. Como amish me encanta lo natural, no me resisto a un batido fresquito. Cerca de aquí está la tienda Cultura Vintage, para los que quieran encontrar auténticas joyas de modas ochenteras. Yo aún no he perdido la costumbre de tejerme mis jerséis como me enseñó la tía Freda.


Voy al Café Dindurra, con tapas muy elaboradas y música en directo y después me doy un paseo por la playa de San Lorenzo, de vuelta a Cimavilla para tomarme unos “culínes” tan típicos de Gijón y picar algo. Paso por La Corrada, situada en una plaza emblemática de Cimadevilla, El Lavanderu, sidrería tradicional con platos variados donde pido una botella de sidra para acompañar unas fabes típicas asturianas y en la terracita de La Casona de Jovellanos me tomo un café con magníficas vistas a la playa de San Lorenzo.


Estoy un poco agotado así que me echo una siesta en el hotel y por la tarde me acerco al Toma 3, lugar perfecto para un plan de tarde: tomar un té o un vino y leer algo, ya que incluye librería. Me apetece algo dulce y voy al Pomme Cuite, que tiene una carta muy completa. Buscando un lugar para cenar encuentro El Siete, con una decoración retro, pero me decido por Ginkgo, un restaurante de sushi. Me ha sorprendido la calidad, el precio y el mimo que ponen a la preparación. ¡El mejor sushi que he probado!


Se acerca la noche y yo quiero un poco de movimiento, ya que, aunque me escribo con los amigos que voy haciendo en mis viajes, me apetece charlar. Voy a la coctelería Varsovia, que me ha gustado por su decoración y me ha hecho reír viendo a los camareros escalar unas escaleras de madera en busca de las botellas más altas. Paso cerca de la Sala Acapulco, que ofrece conciertos y fiestas.
Quiero bailar y entro en Savoy club, ¡bar de rock con conciertos en directo! Aquí estoy en mi salsa y mientras meneo la barba conozco a unos rockeros muy majos que también están visitando Gijón. Resulta que se alojan en el Hotel Cimavilla Rooms como yo, y como es un poco tarde seguimos la marcha en un bar de rock cerca del hotel, La Folixa. Yo ya no puedo más y me despido de mis nuevos amigos, que se van al Soho, a rematar la noche.
Ilustración:Prisco – Texto:Yulia Z.
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